
— Por Claudia Almada
Las manos reposan
sus anillos
los pies sin calzar
el sonido de los collares
los aros el pelo renegrido.
Mourina, ¿Sentís?
El resabio adormecedor
de la fruta
que persiste en el tabaco
el aroma de la mirra.
Un aparador entreabierto
copas, jarros, cristal
un espejo.
Querés que vea
el sonido de las telas
el vapor del narguile
la música del Gimbi.
Ella mira al piso
una flor en su pelo negro
ropas verdes, rosadas
sostiene la boquilla
¿Acaso quiere irse?
Una mujer mira cómplice
la mano cae sobre la falda
la riqueza de sus telas.
Otra mujer
camina y mira a la otra
brillo negro de su cuerpo
su turbante, el brazalete.
Mourina ¿Me contás? ¿Cómo son?
las mujeres de Argel.
Acostada, boca arriba
deletreo tú nombre, Deseo
una traducción anudada a tu cuerpo.
Los almohadones por el piso
el dibujo, la simetría
roto el equilibrio por un jarrón
la sombra del fondo
el derbake que empieza.
Soy exótica para vos
como las mujeres de Argelia
para mí y para el pintor
Las miro
hasta que respiran.
Mourina, amante
Sólo me hablás de las bellas artes
me tocás como un descubrimiento accidental
del cansancio.