ROJA DE ESPINAS

Por Lucía Pessino —

Me pinché con sus espinas, ¿qué buscaba? Las hojas lisas nunca lo llevaron a crecer. Ahora rueda el jugo rojo de sus frutos por mis dedos. Hasta el plato y yo lo escucho. Frunzo el ceño. Agarro mi vaso y vuelco agua. Pero no se disipa. Lo veo. No quiero pretender que es invisible. Deja un rastro en el mantel: el líquido rojo se desparrama con fuerza de mis brazos y mueve la superficie. Su maceta queda roja, bordó. Y así veo caer el Nopal al suelo. Todo violeta.

Este solía estar de centro de mesa, quieto. Su tendencia al desierto era inconfundible así como su aspereza y gusto dulce. ¿Nunca extrañó nuestra esencia botánica? Yo lo vi caer, eso es inconfundible. Sólo que todos estos años pensé que las plantas no caían de este modo. Pensé que ciertas espinas eran todo el Nopal. Y no lo sé. Fue el tiempo que estuvimos juntos el irrepetible porque el rojo me llegó a todo el lenguaje. Pero, aun entera carmesí, me vi levantarme de esta silla con las manos nuevas.

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