
—Por Mara Manggieri
on los días tuve el presentimiento de que todo es cuestión de acostumbrarse, porque no soy la única (ni la primera) chica, estudiante de dieciocho años, que pasa sus mañanas viajando. Sí debo ser la única incapaz de leer en el viaje, o de comer, o de escuchar mucha música, o de no llorar, porque la soledad de viajar es mayor que la soledad de nacer y morir.
Cuando el tiempo no es tan tardío y doloroso, me siento compuesta, capaz de correr al bajar, de saltar, de ir más allá de lo que alguien como yo debería ir. Siento que no necesito comer nada para estar de pie, que tampoco quiero gastar plata en vivir. Quiero viajar como un pájaro y poder permitirme llegar gratuitamente a los lugares, a los salones. Quiero estudiar con fuerza, saber con noción; no quiero dormirme en este colectivo para siempre, desde que sale hasta que llega. Es imposible que las ideas sigan intactas en mi cabeza: se mueve tan rápido que me da sueño. Es una trampa del tiempo.
Cuando estoy cerca de Campana me gusta verla y sentirla como mi casa. Nunca estuve en Campana, pero me recuerda a Olavarría: con sus calles anchas y sus luces redondas que llevan al centro, con la gente corriendo por la vereda como si la felicidad misma fuese vivir entre los pastos. Como si, en realidad, estuviese en el 505, volviendo del club a mi casa, llegando al barrio seco, bajando dos cuadras antes y caminando hasta meterme por la plaza que daría con lo que alguna vez, creo, fue mi hogar.
El colectivo es más casa que mi techo, porque creo que si sumo todo este tiempo que paso en él me daría días enteros. Días donde duermo, almuerzo, ceno, lloro —lloro mucho—, pero sola entonces es correcto, y termino por abandonarlo para bajar e irme, para llegar a otro punto.
Es imposible para mí sacar una conclusión a la paradoja de estar obligada a permanecer como condición para estudiar, como condición para seguir viva. ¿Y si me gusta esta huida que implica viajar tanto, constantemente, hasta desgarrar? Debe ser el aprendizaje más puro que voy a sacar en esta plena juventud amorosa.