
Por Adrián Chaurán —
“Confieso que un libro verdaderamente agotador,
pero es el único que soy capaz de escribir ahora”.
James Joyce.[1]
“Pero al poesía me sirvió para esto/ no pude ser feliz, ello me fue negado,/ pero escribí”[2], así Enrique Lihn confiesa el inmenso periplo del escritor, la triste tarea de hilar palabra a palabra para construir un mundo a imagen y semejanza de la propia miseria, que para su realización se recurre a muchas circunstancias: todo lo recordado, los libros leídos, lo escuchado, lo aprendido y lo sentido, todo va a través del yo que lo devora y deshace en una heterogénea ascua u océano de palabras, que muy poco nos dan a entender la inmensidad reducida a un párrafo: la poesía es un rincón donde todo existe. Considero, tomando como referencia una idea de Karl Jaspers, que la poesía -entendida aquí como cualquier esfuerzo para decir algo, sea una emoción o una idea- nace de una situación límite[3]; nace para ser un consuelo o ser sentido, no destinado a un futuro lector sino al poeta mismo, a quien escribe y quizás escribe para el vacío; y tal como nos dice Anthony Storr “la práctica de escribir poesía hace algo más que anestesiar al que sufre. También puede hacer que recupere el sentido de la vida y cierta sensación de tener capacidad de enfrentarse a ella”[4]. Esto no puede ser cierto en todos los casos, existen las excepciones; aunque podemos ahondar en Franz Kafka y ver en él un impulso de vivir que solo le fue dado por escribir, ya lo afirmaba en una carta a una de las mujeres que amó -o que tal vez amó-, leemos: “Yo no tengo interés alguno por la literatura, lo que ocurre es que consisto en literatura, no soy ninguna otra cosa ni puedo serlo”[5], quizá aquí yace una razón por la que pidió quemar su obra, porque al advenimiento de la muerte, inevitable, quería que su literatura muriera con él, sucumbir al olvido o a esa muerte total de la que habla Aleixandre[6]; y es también Virgilio un ejemplo de este caso de inmolación; pero en la afirmación de Kafka está algo más importante, y es que la literatura no es un interés, no es un deseo, no es un anhelo, es una absoluta necesidad que se confunde en el espejo con el rostro del hombre que la padece, escribir es una urgencia, y a su vez, es algo completamente diferente; invade su alma, su esencia, lo quiebra y lo rehace, le da vida. Creo que para vivir se escribe, o no, para escribir se vive, retomando el poema de Lihn, se puede leer uno de los versos más brillantes y más íntimos que se han escrito: “porque escribí porque escribí estoy vivo”, juzgo una hermosa paradoja, la razón por la que se escribe es causa posterior al efecto de escribir.
¿La escritura de una obra a aliento de vida? Sí, es a una obra increíble lo que aspira y por lo que vive el poeta, no quiere el sueño de la obra o la idea perfecta de la obra, sino la obra aún no escrita, la que existe tan sólo como posibilidad y que es capaz de crear, o que se cree capaz de crear, con sus inevitables desconciertos y retrasos, con el sentirla como una inmensa carga y sentir que es lo único importante. Bastará un perfecto endecasílabo para justificar toda mi existencia. Pero un motivo no es único y suficiente para todos los hombres, como tampoco puedo considerar la existencia, como afirmo Percy Bysshe Shelley, del “gran poema que todos los poetas, como pensamientos cooperadores de una única y gran inteligencia, han venido rimando desde que el mundo es mundo”[7], sería reducir al poeta como portador de una voz que no le pertenece, de una inspiración inmanente, sería remitirnos a las musas o a los dioses, como nos planteó Platón en el Ion, que el poeta solo es capaz de cantar lo que el dios le otorga, sería remitirnos a esa génesis antigua de la poesía: su principio divino.
Los años de lectura y las pobres horas de escritura me han hecho saber que el poema es un fragmento aislado, ya lo anunció Octavio Paz, que es “único, irreductible e irrepetible”[8], una vez se escribe el poema, es imposible escribirlo otra vez, cambiar una sílaba al verso es cambiar al poema en su totalidad, es escribir otro poema, diferente, ajeno al anterior; por ello no imaginamos borradores en la literatura, ni es posible para el lector concebirlo como una realidad latente y parte de sí, no leemos Poeta en Nueva York ni la Eneida, como lo que realmente son, simples borradores, obras inconclusas, vestigios de la perfección jamás lograda, pero a pesar de todo lo evidente, son ejemplos fidedignos de poemas perfectos; así se concluye que una vez Dante culminó la Comedia, en ese mismo momento e instante, la Comedia se hizo única, irreductible e irrepetible, nadie puede escribirla nuevamente, nadie puede ser Dante nuevamente; una vez Virgilio le añadió el último verso a la Eneida y debilitado baja al sepulcro, la Eneida se hizo magnifica e inmortal; una vez Lorca culminó la Oda a Walt Whitman, tal vez sin corregirla y proyectando su relectura y reescritura para un futuro impreciso, que no le fue concedido, se hizo no sólo único el poema, sino la cúspide la poesía escrita en español y en cualquier lengua.
Volviendo a la idea del principio de la poesía, todavía se puede ubicar en otro contexto, muy diferente, tomando lo planteado por Platón; como un regalo divino. El verso es el primer lenguaje del hombre y la primera forma en comunicarse con Dios. Hay una larga tradición, ajena a la griega, que lo válida. Para los nahuas de México la poesía era la manera en que dios se presentaba en la tierra[9]; es también, recordemos, la poesía recibida a través de las musas, como un regalo en forma de rama de laurel[10], que infunde en el poeta esa voz o ese canto divino; o regalo de dios a través de los sueños: ya una tradición así lo confirma[11]. Creo que lamentablemente poeta se ha despojado a día de hoy de su albor de profeta o de taumaturgo, ya no es Orfeo, ni puede calmar a las bestias con su lira, pero tampoco es Rimbaud o Baudelaire, en la infamia del ser humano. Se aproxima a un humano como cualquier otro, con virtudes y con pecados, y a veces, tan similar al título de Musil[12], a un ser sin atributos. El poeta tiene una obligación consigo mismo, reconozco que pueden ser muchas, yo elegiré que persigue darle sentido a su vida mediante la poesía; pero también hay otra que va dirigida al otro, como acertaba Brodsky al afirmar que “si un poeta tiene alguna obligación para con la sociedad, es la de escribir bien. Al formar parte de la minoría, no tiene otra opción. Sino cumple con ese deber, se hunde en el olvido”[13]; el olvido tan temido, y tan esperado, la literatura es esa amada que jamás recuerda el nombre de su amante; por eso escribir es un ejercicio secreto, de vergüenza y de placer, como el amor; creo poder resumirlo todo en un poema de Roberto Bolaño[14]:
Dentro de mil años no quedará nada
de cuanto se ha escrito en este siglo.
Leerán frases sueltas, huellas
de mujeres perdidas,
fragmentos de niños inmóviles,
tus ojos lentos y verdes
simplemente no existirán.
Será como la Antología griega,
aún más distante,
como una playa en invierno
para otro asombro y otra indiferencia.
[1] Carta a Harriet Shaw Weaver, Zúrich, 20 de julio de 1919, en Selected Letters, pág. 241.
[2] Enrique Lihn, Álbum de toda especie de poemas, Lumen, Barcelona, 1989.
[3] Karl Jaspers, La filosofía desde el punto de vista de la existencia, 1950,pág. 18. En el caso de Jaspers se hace refiere a la filosofía.
[4] Anthony Storr, Soledad, traducción de Ricardo García,1988, pág. 186.
[5] Franz Kafka, Cartas a Felice, traducción de Pablo Sorozábal, 1967, pág. 519.
[6] “Quiero amor o la muerte, quiero morir del todo”, Vicente Aleixandre, Antología general, Seix Barral, Barcelona, 1978, pág. 112.
[7] Percy Bysshe Shelley, Defensa de la poesía, traducción de Leonardo Williams, 1941, pág. 32.
[8] Octavio Paz, El arco y la lira, 1956, pág. 13.
[9] Ernesto Cardenal, Poesía primitiva, Ministerio de la cultura, Caracas, 2005, en el prólogo, pág. XII.
[10] Hesíodo en la Teogonía (30) dice “Y (las musas) me dieron un cetro después de cortar una admirable rama de florido laurel”.
[11] Ernesto Cardenal, Ibidem, en el prólogo, pág. XIII.
[12] Robert Musil es autor de la famosa obra El hombre sin atributos, 1930.
[13] Joseph Brodsky, Manos que un, ensayos escogidos, Ediciones Siruela, Madrid, 2017, pág. 366.
[14] Roberto Bolaño, Poesía reunida, Alfaguara, Barcelona, 2018, pág. 28.