Tener algo que decir, algo que sentir

Por Agustina Villagra —

Hace un tiempo vengo pensando en la plenitud de la experiencia de ir a ver películas a un festival de cine. No solo lo pienso sino que lo experimento cada vez que puedo asistir a uno en mi ciudad o, afortunadamente, viajo para ser parte de uno. Más para ser honesta, este sentir puede referirse a una noción aún más amplia, mis pensamientos se extienden hacia el amor que me da el cine. Lo contemplo a veces con risas por lo solemne de la idea pero por momentos se me presenta como esa inmensidad, hace mucho tiempo el cine me trae la cercanía de las personas a las que más quiero.

La maravilla de encontrarse gente con la misma sensibilidad que uno. Sentarse en la sala de cine. Mirar a un otro antes de que se apaguen las luces del cine. Ser parte de aquello que compone una pasión colectiva. El encuentro con amigos o con viejos (o nuevos) conocidos en la fila para entrar. El pacto social de sentarse frente a una pantalla en silencio por dos horas para disfrutar de la sorpresa que nos dará la obra audiovisual. Una serie de consensos históricos que permiten que por ese rato, por lo menos por ese rato, todos en ese lugar estemos en la misma sintonía. Es cierto frente a este punto que en la contemporaneidad hay una contradicción frente a esta idea de “pacto de silencio” ya que hace un tiempo se viene observando que la gente “respeta” menos la película, habla por encima, algunos se atreven a conversar, se saca el celular y se toman fotos o se lo usa sin siquiera bajar el brillo pero que conste que, el acontecimiento al que me refiero en particular -ver películas en un festival de cine- conlleva en sí, una capa de snobismo y pretenciosidad por decirlo de algún modo, que en mi experiencia en particular, demuestra que la gente por ser o un trabajador de cine, estudiante o aficionado respeta la pieza un poco más (o eso quiero creer). Me gusta creer en el compromiso de la gente. Al pensar la pasión así, todo resulta un tanto mágico y sorprendente. 

Es probablemente eso, la fé colectiva, lo que más me emociona de el hecho de ir a un festival, o sencillamente de ir a ver películas, lo grupal del asunto y a la vez lo individual (somos nosotros mismos frente a la pantalla al fin y al cabo), uno puede ir solo y sin embargo allí, con los aplausos al cierre de la película uno entiende que compartió un largo rato con una serie de personas que sintieron lo mismo que uno. Como se dijo antes, existe y prevalece (aunque quieran convencernos de que no) un consenso grupal de entregarse al film y disfrutar, sorprenderse, enojarse, llorar o reír por un rato con los otros. 

Sin embargo el ritual del festival presenta otra novedad, el fervor de una rutina organizada para ir de aquí a allá en unos minutos, quizás ver tres películas por día, con pequeños baches entre ellas, un café en el medio, una porción de pizza parados, ir de un cine a otro. Caminar por la calle Corrientes hasta el cine Gaumont. El recorrido entero resulta un sueño para quien disfruta de la ciudad de Buenos Aires y se considera cinefilx. Con tan solo dos semanas, el BAFICI -festival que en este caso, acaba de pasar y que se ubica en el centro porteño- parece no alcanzar con esos días, uno siempre querría ver más, un poco más de cine, un poco más de sentir. 

A veces pienso que el camino se trata de buscar aquella llama que nos hipnotiza por completo y que nos hace sentir que contar nuestras historias vale la pena. Que en este país se filman películas que nos dejan boquiabiertos, que nos tocan el corazón y que se llevan todos nuestros aplausos. Este orgullo lo observé en varios films, particularmente dos documentales me dejaron impresionada del trabajo de archivo y el hecho de recabar el pasado para darlo a conocer al presente y testimoniar para el futuro, hablo de Bajo las banderas, el sol de Juanjo Pereira y Una noche en Paladium de Francisco Novick. Y sin haberlo visto, menciono en este apartado a LS83 de Herman Szwarcbart, un documental del que oí elogios y la siguiente sinopsis “Los recuerdos de infancia del escritor Martín Kohan se entrelazan con el archivo inédito del noticiero de Canal 9 entre 1973 y 1980. A través de este acervo, se reconstruye un período clave de la historia argentina, explorando la relación entre la memoria personal y el discurso público de la época.” 1

Mientras que desde la ficción, observe la que probablemente fue la película estrella del festival, La virgen de la Tosquera de Laura Casabé. Una adaptación literaria de los cuentos “El carrito” y “La virgen de la Tosquera” de Mariana Enríquez de esas que nos recuerdan a las final girl estadounidenses, traído a nuestras tierras y a los dos mil. Un viaje por el género terror, las amistades femeninas, los celos, el hippismo, el verano húmedo que recuerda a esos que retrata Lucrecia Martel y el enamorarse siendo adolescente. Más la épica aquí no radica en el amor sino en la locura y en los pensamientos feroces y malignos que despiertan el querer a una persona no correspondida. Una vez más, todo se lo lleva la pasión. 

Esta idea de la pasión y retomando lo colectivo del cine, me hace pensar mucho en un documental que vi en mi último día de BAFICI, La guitarra flamenca de Yerai Cortés de Antón Alvarez (también conocido como C. Tangana) cuenta la historia de Yerai Cortés, un artista en ascenso. Lo sorprendente es la entrega total que hace Antón para contar desde la honestidad, la sensibilidad y la admiración la historia de vida de un colega que no tiene ni un tercio de la fama que tiene él y no digo esto porque la historia de Yerai no merezca ser contada, de hecho el film demuestra minuto tras minuto que su historia es digna de película pero el punto al que voy es, pensando desde un punto de vista contemporáneo, egoísta e individual no habría razón para filmar la historia de alguien si no trae un beneficio propio. 

Y es que Antón Alvarez no solo filma su historia y se la muestra al mundo sino que produce todo el primer disco de Yerai, una vez más, una entrega absoluta solo porque allí prima la admiración artística. El film muestra algo de ese sentir, de esa entrega, de la pasión absoluta -y del quedarse obnubilado- por la música, del condensar en una obra lo más interno del ser, del vivir el dolor en carne propia y de mostrárselo al mundo a través de las canciones. La canción que merece ser escuchada por todos, en una película que merece ser vista por todos porque hay algo que contar

Quizás sea eso lo importante de hacer películas o hacer arte hoy en dia: tener algo que contarle al mundo. Tener algo que ofrecer. En tiempos donde todo parece hecho, reciclado, sobre estimulado, re leído hasta el hartazgo, una llama de fuego artístico se encuentra en la pasión de decir algo desde el fondo del corazón. “Quien dijo que todo está perdido, yo vengo a ofrecer mi corazón”. 2

1. Extracto de la sinopsis de LS83 de https://bafici.org/pelicula/ls83/ 

2. Extracto de la canción de Fito Paez: Yo vengo a ofrecer mi corazon 

Próximos eventos

Colaborá con nosotrxs

Eterna es un proyecto 100% autogestionado. Ayudanos con un aporte haciendo clic acá.

Seguinos: